Más que una aspiración, la revitalización urbana representa una herramienta para materializar la visión del Plan de Desarrollo Distrital, que proyecta a Bogotá en 2027 como una ciudad del “bienestar y la igualdad de oportunidades para todos”. En tanto que son fines esenciales del Estado la creación de condiciones para que las personas prosperen y se desarrollen, corresponde a la Secretaría del Hábitat orientar políticas que promuevan inclusión, el acceso a un hábitat digno y resiliente, y la reducción de brechas territoriales. En este contexto, la Estrategia de Revitalización Urbana de Bogotá se plantea como un mecanismo de gestión poderoso para enfrentar retos estructurales y generar un desarrollo urbano más justo y sostenible.
¿En qué consiste la revitalización?
Bogotá requiere, además de las grandes operaciones urbanas y el mejoramiento integral de barrios, incorporar un modelo de gestión complementario: la revitalización urbana. A diferencia de la renovación, que busca modernizar aspectos físicos y aumentar la funcionalidad de las áreas intervenidas sustituyendo atributos existentes (Álvarez y Camerín, 2019), la revitalización implica un proceso de “renacimiento o resurgimiento en las condiciones y el carácter de un lugar afectado por la decadencia” (Grodach y Ehrenfeucht, 2016). Su enfoque es multisectorial, articulando la mejora física con acciones de transformación social, fortalecimiento comunitario e impulso a la economía local, garantizando al mismo tiempo la permanencia e inclusión de los habitantes.
Aunque suele asociarse la revitalización urbana únicamente a procesos como la desindustrialización o la movilidad interna de la población, la obsolescencia de la infraestructura y los espacios urbanos también es un factor determinante en este fenómeno. La demanda de revitalización surge cuando áreas urbanas pierden funcionalidad y atractivo para la comunidad, requiriendo intervenciones para restaurar valor de lo público, fortalecer la resiliencia y la vitalidad local. En este marco, la articulación entre intervenciones físicas, programas sociales y esquemas de vivienda subsidiada como “Mi Casa en Bogotá” que busca brindar soluciones habitacionales para más de 75.000, consolida la revitalización como una estrategia de equidad, inclusión y acceso a ciudad para todos.
Más allá del enfoque basado en el lugar
Las políticas de revitalización deben trascender el enfoque de iniciativas “basadas en el lugar” y adoptar una perspectiva que sitúe a las personas en el núcleo de cada proceso. Esto exige incorporar factores socioculturales, capital humano (Grodach y Ehrenfeucht, 2016), tener en cuenta las aspiraciones, capacidades y vínculos comunitarios. Bajo este lente se facilita el fortalecimiento del capital humano, se amplían oportunidades de formación y empleo, y se potencia el tejido social, condición necesaria para generar entornos urbanos vitales y cohesionados.
La evidencia local y global confirma que los procesos de revitalización exitosos dependen—, en mayor o menor medida, de una gestión pública flexible, liderazgo institucional y profundo trabajo colaborativo entre gobierno, sector privado y sociedad civil (VASAB Secretariat, 2016). La gobernanza intersectorial facilita la convergencia de agendas, la concurrencia y optimización de recursos, logrando la coherencia y sostenibilidad de las intervenciones en el largo plazo. Es a través de la articulación efectiva de distintos actores que resulta posible garantizar que las soluciones urbanas sean inclusivas, respondan a la demanda real y estén alineadas con las dinámicas territoriales y sociales.
Sobre el concepto de la “adicionalidad” y las desigualdades
La revitalización urbana habilita un análisis crítico sobre la priorización de inversión, el fenómeno de la desinversión territorial y la comprensión de patrones de desigualdad. ¿Por qué se priorizan grandes inversiones en unos lugares antes que, en otros, y cómo impacta esto de forma diferenciada a las comunidades? La revitalización urbana se basa en la acción local desde una perspectiva amplia donde el principio de “adicionalidad” cobra un alto valor. Se refiere a la condición de sumar recursos, capacidades e innovación de actores institucionales, privados y comunitarios permitiendo que las intervenciones generen beneficios superiores a los que ocurrirían bajo condiciones convencionales (BID, 2025).
El enfoque de adicionalidad es relevante especialmente en el Sur global donde predomina la escasez de recursos. Antes que promover nuevas inversiones desde cero, la adicionalidad se basa en la coordinación estratégica para que los recursos y los planes de acción ya existentes que lidera cada sector (hábitat, cultura, movilidad, ambiente, etc.) no se ejecuten de manera aislada, sino que se complementen y refuercen mutuamente. ¿Cómo se manifiesta la adicionalidad? Se refleja en la cooperación entre instituciones, la apropiación comunitaria, la inclusión de actores excluidos y/o en la combinación de instrumentos normativos, financieros y de gestión social que permiten resultados integrales (BID, 2025). Es así que, este nuevo enfoque permite superar las limitaciones de equidad y eficiencia, asegurando beneficios sociales, económicos y ambientales que transforman sustantivamente la estructura y el desarrollo urbano, y responden mejor a las demandas diferenciadas en cada territorio.
En resumen, la revitalización urbana en Bogotá ha evolucionado de una intención teórica a una estrategia multiescalar y progresiva, liderada por la Secretaría Distrital del Hábitat. Frente a los retos de fragmentación, deterioro y desigualdad, la ciudad ha implementado una gestión integral que articula análisis técnico, participación ciudadana y enfoque territorial. Los esfuerzos públicos y privados se orientan a intervenir zonas consolidadas mediante inversiones en infraestructura y actividades sociales y económicas, elevando significativamente la calidad de vida y transformando entornos estratégicos.