· Carmen es una digna representante de la fuerza que puede tener la mujer colombiana, sobre sus hombros lleva la responsabilidad de ser cabeza de familia y víctima del conflicto armado de nuestro país.
· Con cada engaño que podamos evitar, podremos confirmar que hemos dado un paso más para hacer de Bogotá, el mejor hogar.
Vistiendo una chaqueta roja carmesí para evitar el impacto del clima, no tan tropical de Bogotá, Carmen llegó muy puntual a nuestra cita. Una, en la que por primera vez una entidad distrital indagaría un poco más sobre su vida. Luego de las presentaciones de rigor se dispuso a darnos a conocer un poco más de su historia, que es digna de ser contada con lujo de detalles.
Carmen es una de las residentes de uno de los polígonos de monitoreo que vigila la Subsecretaría de Inspección, Vigilancia y Control de Vivienda de la Secretaría Distrital del Hábitat, cada quince días. La historia de cómo una joven, madre de tres hijos menores de edad, llegó hasta estas condiciones, es lo que queremos compartir hoy.
Los primeros desplazamientos
Proviene de Granada, en el departamento del Meta. Desde allá tuvo que venir a parar a tierras de Cundinamarca huyendo de uno de los flagelos que ha azotado a Colombia en los últimos 50 años: la violencia. Pero esa no fue la primera vez, ya que antes de llegar a Granada, los grupos delincuenciales la habían amenazado con reclutarla para sus filas cuando vivía en su pueblo natal, es decir, este fue su segundo desplazamiento.
“Eso fue como en el 2000”, recuerda claramente Carmen, a quien protegemos su verdadera identidad por motivos de seguridad. Mientras estuvo en Ubaté, Cundinamarca pudo sustentar a su familia con un digno trabajo en un restaurante, pero la tranquilidad duró poco porque la pandemia hizo lo suyo y su puesto de trabajo culminó de forma inesperada.
Esto la obligó a radicarse en el municipio de Soacha, donde tuvo que vender dulces en los semáforos de las calles porque su objetivo estaba claro: llevar el pan a la mesa de sus hijos.
La familia es lo más importante
Carmen es madre cabeza de hogar, del padre de sus hijos se sabe poco. Ella solo tiene claro que su misión en esta vida es “dejarles algo a ellos para el futuro”, dice. Ese “algo” para ella siempre ha sido un techo en el que los niños puedan vivir tranquilos y con dignidad.
En total, son tres hijos, la menor de ellos tiene una condición especial que la hace más propensa a requerir tratamientos médicos constantemente y la atención, casi exclusiva, de Carmen.
Ahorrando peso a peso
Por su condición de víctima del conflicto y por sus hijos, Carmen recibe mensualmente una ayuda del Gobierno que muchas veces no es suficiente para cubrir todas las necesidades de la familia. Por esta razón, se ve obligada a conseguir otras fuentes de ingresos que le permitan vivir bien e ir ahorrando, poco a poco.
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— Secretaría del Hábitat (@habitatbogota) October 17, 2021
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Por más de cuatro años administró sus finanzas para reunir un capital porque quería cumplir el sueño de comprarles una casa a sus hijos. Con esfuerzo y, cohibiéndose de muchas cosas, logró reunir cinco millones de pesos, los ahorros de su vida que serían claves para la familia.
El engaño de los tierreros
Con ese capital y, presionada por no tener cómo seguir pagando un arriendo, Carmen se puso en la tarea de conseguir su primera casa. Buscó, preguntó e indagó en muchos lugares y todos superaban su presupuesto, pero ya casi con las esperanzas perdidas, a sus manos llegó una información sobre una señora que estaba vendiendo una casa que costaba siete millones de pesos.
Rogó para que le bajaran el precio y no fue posible. Entonces, recurrió a su familia extendida, quienes, de poquito en poquito, terminaron reuniendo los dos millones restantes. Hecho el negocio y firmado los papeles ante una notaría, Carmen saltó y lloró de alegría porque al fin tendría su propia casa.
La dicha duró muy poco. Tan solo un día después de instalarse en su nuevo hogar, sucedió una remoción en masa y, al recibir la visita de las entidades distritales, Carmen comprobó sus mayores temores: su casa estaba en una zona de invasión y, además, era una de las que estaba próxima a caerse por la inestabilidad del terreno.
Movida por el temor, contactó a la vendedora quien solo se limitó a decirle: “todo el mundo sabe que esa es zona de riesgo, pero tranquila que de ahí sales con casa propia”, recuerda con frustración.
Palabras muy frías para una persona que sabe que ha puesto en riesgo la vida de tres niños inocentes y que, además, ha engañado a una madre cabeza de hogar que ha sido dos veces desplazada, pero que ahora es revictimizada con un engaño proferido por bandas de tierreros que se dedican a vender terrenos en zonas de riesgo bajo la promesa de casa gratis.
El riesgo por vivir en una invasión
No solo se trataba de la inestabilidad del terreno en el que estaba su casa. Los cimientos no eran más que media docena de palos que sostenían el piso en el que ella convivía con sus hijos.
Esto, sin contar con la cantidad de personas que consumen todo tipo de estupefacientes, humo que pasaba directamente hacia su hogar porque debajo de su suelo era el sitio preferido por estas personas.
Cuando llueve la casa de Carmen es una de las más afectadas porque la corriente pega directamente a su puerta, aguas, además contaminadas. “Este no es el hogar que yo quiero para mis hijos, estas no son las condiciones en las que ellos merecen vivir”, afirma.
“Mi Ahorro Mi Hogar”
Carmen hoy se ve frustrada porque sabe que antes de haber invertido los ahorros de su vida en una “casa en el aire” debió consultar con las entidades distritales para obtener orientación profesional. Este es el consejo que les deja a todas las personas que, como ella, se encuentran en una situación de desespero, a acudir a las alcaldías locales para poder hacer una inversión segura.
Afortunadamente, para Carmen, la ayuda ha llegado a tiempo. Durante el desarrollo de esta conversación inició el trámite para ser una de las madres beneficiarias del programa “Mi Ahorro Mi Hogar”, con el que podrá recibir una asignación de
600.000 pesos mensuales durante un año, bajo el compromiso de ahorrar 200.000 pesos por mes para que, al final de los doce meses, pueda tener la cuota inicial, lograr un cierre financiero y así, comprar su casa propia.
La historia de Carmen puede ser la de cualquier ciudadano. Por ello, continuamente entidades como la Secretaría Distrital del Hábitat trabajan arduamente para evitar que esto siga ocurriendo. "No quiero que nadie más se deje engañar por este tipo de ofertas que no solventan nada. Yo fui engañada y me robaron mis ahorros”, dice.
Evitar que estas historias se repitan es una meta. Con cada engaño que podamos evitar, podremos confirmar que hemos dado un paso más para hacer de Bogotá, el mejor hogar
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